Esta
semana vamos a continuar con el frente abierto que dejé en mi última entrada de
corrección, de forma que terminaré de exponer los problemas de redacción en los
que todo el mundo puede caer en algún momento y con los que todo corrector o
correctora se topará muy a menudo en su trabajo. Así pues hoy hablaré de la
oscuridad en la redacción, de los anacolutos, de la vaguedad léxica y del
empobrecimiento. Estad atentos, porque estos aspectos son los que diferencian
un buen escrito de uno malo.
Comenzaré
por los anacolutos, recurso estilístico que sirvió a nuestros clásicos de la
literatura española en sus grandes obras, pero que hoy por hoy debemos evitar a
toda costa. Un anacoluto es la unión de dos oraciones para crear una, que por
separado están escritas de forma correcta, pero que al unirlas para formar solo
una obtenemos un enunciado con una estructura sintáctica incorrecta. La
sintaxis, como todo el mundo sabe en mayor o menor medida, es el conjunto de
reglas que nos explican cómo debemos construir una oración de forma correcta.
Por tanto, quien pretenda corregir un texto ha de estar muy atenta o atento a
la sintaxis para solucionar este tipo de errores que son, como digo, más frecuentes
de lo que creemos. Sin embargo, esta clase de errores pueden o deben pasarse
por alto cuando el texto quiere reflejar un lenguaje coloquial, ya que los
anacolutos están más vivos en nuestro lenguaje de lo que podemos pensar. Por
ejemplo, si en una novela, un cuento o una obra teatral nos encontrásemos con
que un personaje presenta uno o varios anacolutos en sus intervenciones tenemos
que pensar hasta qué punto es o no un error de la autora o autor, o ha sido de
forma pretendida para darle más realismo a su personaje. Esto solo lo podemos
saber teniendo muy presente el tipo de obra, el estilo de la misma y a los
personajes o el personaje en cuestión.
Otro
de los fallos de redacción, en el que, en mi opinión y experiencia como
correctora, más caen los escritores, es la vaguedad semántica. Pero, antes de
nada, quisiera explicar que por semántica nos referimos al significado y al
sentido de los términos y expresiones. Pues bien, en muchas ocasiones los
escritores o escritoras saltan por alto cierta información que provoca la
indeterminación semántica, es decir, de sentido o significado en una palabra o
un enunciado. Y muy de la mano de la vaguedad nos encontramos con la oscuridad
en la redacción, a la que también se la conoce como anfibología. La anfibología
consiste en el uso de términos o expresiones que pueden tener un doble
significado o que por cómo se han colocado sus elementos puede dar lugar a
diversas interpretaciones. En ambos casos la solución siempre puede ser la
reconstrucción del enunciado o el cambio de alguno de sus elementos por otro
con un significado más preciso. Aunque en este caso, como en el anterior, debe
tenerse en cuenta la intención del escritor o escritora. Todo buen corrector o
correctora sabe que existe una regla en el proceso de corrección que está por
encima de todas las demás: nunca ha de olvidarse el estilo y la intencionalidad
de la autora o autor del texto que estamos corrigiendo. Así pues, si nos
encontramos con alguna vaguedad léxica o con alguna anfibología debemos
preguntarnos hasta qué punto es o no algo buscando por su autor o autora, ya
que en muchas ocasiones son recursos pretendidos, bien porque son aspectos que
se pretende desvelar a lo largo de la obra, bien porque quien ha escrito el
texto considera que carecen de importancia y que este fallo más bien juega el
papel de recurso, proporcionando cierto misterio a su escrito. Sin embargo, en
estos casos también es tarea de quien corrige la obra ver si ha sido conseguido
con maestría o, por el contrario, no ha sobrepasado la línea del error de
redacción.
Para
finalizar con la entrada de hoy voy a hablar del empobrecimiento, la última de
estas faltas en la redacción que quedan por comentar y la que suele
considerarse como la peor de todas ellas. El empobrecimiento suele entenderse
como sinónimo de falta de cultura por parte de la autora o autor. Este se
refleja en un escrito a través de un lenguaje monótono, repetitivo y pobre, en
el que se usa un número muy limitado de sustantivos, adjetivos, verbos y
adverbios. Quien quiera ser una buena o un buen escritor debe no solo
enriquecer su léxico, sino aprender a utilizarlo con propiedad. Esto es, sin
duda alguna, lo que puede hacer que un texto sea de calidad o que carezca de
interés, porque no podemos olvidar que una obra literaria no es simplemente lo
que pretendemos expresar, sino también (y en muchos casos principalmente) cómo
lo expresamos.
La sintaxis y yo no...que mal se me daba a mí la Lengua en el instituto...ainsss! Tenía que haber estado más atenta.
ResponderEliminarMe apunto lo del lenguaje monótono ;-)
Besos